miércoles, 6 de agosto de 2008

lunes, 28 de julio de 2008

domingo, 27 de julio de 2008

Crónica sobre la lectura y escritura.

Empezaré aclarando que mi experiencia con la lectura y la escritura ha sido relativamente corta. Yo al igual que muchos jóvenes sufrí en mi infancia y adolescencia de un siniestro mal, que intentamos comprender y combatir, llamado: “el desinterés por la lectura”; mal que día a día afecta nuestra sociedad, nuestra cultura e identidad, capaz de extinguir la sensibilidad hacia el hombre y sus expresiones artísticas. Entonces usted querido lector, se preguntara por qué razón no me gustaba leer, pues, en realidad no poseo una respuesta clara, pero tengo la que un profesor de literatura me dio: “Ellos están ocupados viviendo su vida”. Llega al alma y es casi poética. Pero mi intención no es hablar de aquello, lo que quiero que sepan es la manera de cómo conocí este mundo y como me muevo dentro de él. Hablar de mi infancia sería absurdo ya que nunca me sentí interesado por tomar un libro y leerlo, a pesar de que mi padre era un excelente lector (¿hablo de mi infancia?). Nunca me llamó la atención seguir su ejemplo. Algunas veces, cuando me sentía aburrido y le hacía a mi padre un comentario al respecto, él miraba con a los ojos y me respondía de la siguiente forma: “Las personas inteligentes nunca se aburren, ve y busca un libro”.
Para mí, no era un consejo muy motivador ir por un libro cuando estaba aburrido, todo lo contrario, era lo peor que podían decirme. Creo que las primeras experiencias visibles en mi memoria son las historietas de “Calvin y Homes” que leía empedernidamente los domingos por las mañanas. Eran casi sagradas y súper divertidas. Nunca tuve a alguien que me leyera cuentos antes de dormir. Nunca tuve un verdadero profesor de español en primaria y segundaria, nunca tuve un amigo enrolado en el cuento de la literatura en mi adolescencia. Recuerdo con algo de nostalgia un día que mi mamá regaló la biblioteca a un colegio so pretexto que nadie leía aquellos libros y que estaban llenándose de ternitas. Un menos de nada vi una gran colección de títulos perderse, y lo peor es que después de muchos años, el recordar eso me causa una honda tristeza. Retomando el hilo, en los colegios que estudié nunca hubo un profesor comprometido con el arte y sobre todo con la literatura, no niego que no nos hayan puesto a leer “Cien años de soledad” o “La Odisea”, pero lo mas fácil del mundo era leer las sipnosis de aquellos libros. Somos una sociedad tan conformista y tan predecible que en las calles encontramos los resumes de los libros que siempre nos obligan a leer en los colegios.
Ahora bien, no tendría sentido hablar de algo que no existió, ni tampoco retomar vagos recuerdos pocos significativos en mi vida como lector. Ahora hablaré de mi primer contacto con la lectura. Eso fue más o menos cuando cursaba décimo grado. Es una historia muy graciosa ya que mi placer por la lectura comenzó gracias a un castigo impuesto por mi padre. Siempre he tenido el gusto por la música; gracias ellos aprendí a interpretar la guitarra, y gracias a ello, conservo una sensibilidad hacia la buena música. Después de aprender a tocar bien la guitarra, ella se volvió una especie de vicio en mi vida; abandoné vida social, estudios, muchas cosas por estar encerrado en mi cuarto con mi guitarra eléctrica, mi amplificador y mi rock. Desafortunadamente, por esa época entregaban el boletín del primer periodo académico y mis calificaciones sobrepasaban cifras monstruosas. La culpable, no había duda, era esa demoníaca guitarra que no me soltaban y que me tenía atado a sus estruendosas cuerda. La solución: decomisada por un mes. Entonces poco a poco comencé a sufrir los padecimientos del adicto. Entraba en una especie de desesperación demoníaca y para colmo los días se hacían eternos. Fue un momento difícil en mi vida porque nunca había recibido un castigo como aquel. Entonces, un día mi padre me vio acostado en la cama mirando hacia el techo. Yo tenía una mirada perdida motivo por el cual mi padre como si comprendiera mi estado me preguntó: “¿Andas muy aburrido? Las personas inteligentes nunca se aburren. ¿Por qué no lees un libro?” ¿Leer un libro? Pensaba. Que absurdo suena para estos tiempos pero que inteligente se oye. Mi padre se había marchado y yo quedaba nuevamente solo en mi habitación. El aburrimiento me invadía por completo, casi no me dejaba respirar. Así que me decidí buscar “un libro”. Fue una tarea difícil ya que, como dije anteriormente, mi madre había regalado todos los libros a un colegio. Me sentí decepcionado porque en mi casa no había huellas escritas de un maldito libro. Por suerte del destino encontré “Cien años de soledad”, este no era un resumen, era una versión vieja de oveja negra. Así que empecé; las primeras páginas eran el preludio de un nuevo mundo; el hielo, la tierra, macondo. La aventura se iba extendiendo en mi cabeza y no pude parar de leer. El libro me había consumido por completo. Podría decirse que ese fue mi primer paso en la literatura. Extraña paradoja. Confieso que no lo terminé de leer “Cien años de soledad” porque me levantaron el castigo, entonces lo dejé a un lado. Pero en mí crecía esa semilla que luego me impulsaba a robarle los libros a mis compañeros del colegio (con justificación) y empezar a sumergirme en historias inigualables.
Ahora bien, al cursar undécimo grado leía cuanto se me pasara por la cabeza. En el colegio empezaba a tener fama de “lector”, es decir, bicho extraño, aunque no desplazado. Tenía la sana (o insana) costumbre de sacar un libro en medio de la clase de matemáticas, física o español, y leer hasta que el profesor, ya por fuera de sus casillas me obligaba a guardarlo. Para las personas que leen y odian los malos profesores comprenderán lo bueno que es leer un libro en una mala clase. Recuerdo esos primeros títulos: La Iliada, La Odisea, La Vorágine, El Extranjero, La Náusea… Cuando me gradué tuve dos opciones de estudio: música o español y literatura. Mi papá quería que yo estudiara español y mi mamá música, así que fue una decisión difícil de tomar, pero terminé escogiendo la literatura. En mí esa semilla empezaba a dar sus frutos. Al entrar a la universidad mi conocimiento y mi experiencia con los libros se fue expandiéndose deliberadamente. Era como una afición, como un vicio. El querer investigar sobre autores, sobre sus libros, sobre la escritura se convertía en mí en una pasión casi enfermiza pero muy agradable. Abandoné siete años de guitarra para adentrarme en la literatura. Creo que la verdadera razón por la cual escogí español fue porque creí que mi ciclo con la música había terminado y que ahora empezaba el descubrimiento por el arte escrito.
En la universidad conocí lo que en muchos años ignore. Tratar de describir lo que hace la literatura en mí es un poco difícil, porque las palabras faltarían para hacerlo. Hay un viejo refrán que dice: “el que lee, escribe”. Eso mismo sucedió con mi persona. Gracias a la colaboración de un profesor de literatura y a su fantástico taller de producción literaria que tanto le hace falta a la carrera, que nos enseñaba a comprender y sentir el arte de escribir, poco a poco mis conocimientos literarios y de carácter técnicos fueron expandiéndose. No llevo diez, quince, veinte años, mi tiempo es relativamente corto, soy un lector normal, no un gran lector. Pero conozco y eso me motiva a seguir conociendo, sin parar siempre con ganas de descubrir poco a poco lo inexplotable de la escritura. Ahora, intento hacer cosas que me agraden. No basta con tener la voluntad, es necesario hacerla nuestra, apropiarnos de ella. El arte de escribir exige lo máximo del hombre, y lo máximo implica la inteligencia, el conocimiento, el talento y la disciplina. Me gusta aprender leyendo, me gusta explorar los libros y encontrar en ellos ese aliento de vida que difícilmente puede darnos la tele. Hablar mas seria inútil, ustedes ya saben mucho sobre mí.

Fotos





Fotos




Fotos